Vea También
“Eres la soñadora que sueña el mundo, y sin embargo, Princesa, el mundo te sueña a ti. Nunca hay un comienzo. Creas y eres creada, leyenda por siempre…”
Extracto del libro The Sleeping Beauty (1982), del poeta estadounidense Hayden Carruth.
![](https://images.theconversation.com/files/647621/original/file-20250207-15-4tc4j7.jpg?ixlib=rb-4.1.0&q=45&auto=format&w=237&fit=clip)
El cuento popular de la Bella Durmiente (“sleeping beauty”), cuyas primeras versiones se remontan al siglo XIII, está protagonizado por un tipo de mujer joven, modelo de virtud y perfección física, que entra en sueño profundo durante períodos prolongados de tiempo, incluso años. Al despertar de ese sueño, su cuerpo permanece intacto.
Sabemos que el sueño profundo es básico para que exista una reparación de nuestras células y tejidos, y también para reforzar la inmunidad de nuestro organismo.
Osos y osas no hibernan igual
El estado de la Bella Durmiente es similar al observado en los mamíferos que hibernan, como el oso pardo. El sueño invernal de este animal se caracteriza por la reducción de su temperatura interna, las pulsaciones del corazón (8-10 por minuto) y el consumo de oxígeno del 50 %.
El oso puede dejar de comer, beber, orinar o defecar durante varios meses, y es en este período cuando ocurren los partos y transcurren los primeros meses de crianza de los oseznos. Los machos hibernan de media 113 días, las hembras 132 y las hembras preñadas 170, lo que se relaciona probablemente con el embarazo, el parto y la crianza.
Por tanto, la osa parda debe dormir más tiempo para compensar su enorme gasto energético durante esta temporada fundamental en la vida de la camada y en el futuro de la especie.
Y en el caso de los humanos, ¿hay también diferencias entre hombres y mujeres?
Una brecha de género
Pues sí, el sueño femenino difiere del masculino, y se ve condicionado por múltiples factores a lo largo de la vida, tanto por el rol que desempeñan muchas mujeres (crianza, actividad laboral, cuidado de personas mayores…) como por las importantes diferencias biológicas y hormonales.
Además, la calidad de sueño percibida es peor en las mujeres, independientemente de diferencias sociodemográficas o factores de estilo de vida.
Leer más: La siesta: instrucciones de uso
Estadísticamente está justificado: después de ajustar por datos demográficos, socioeconómicos y variables de salud y depresión, las alteraciones de sueño son más prevalentes en la población femenina para todos los grupos de edad entre los 25 y los 69 años.
Existen tres periodos cruciales en los que ese sueño puede empeorar de forma significativa: el ciclo menstrual, el embarazo y la menopausia. Parecen relacionados directamente con los cambios hormonales, pero ¿existen otros factores influyentes?
Sueño y menstruación
En la menarquia (primer ciclo menstrual en la mujer) surgen las primeras diferencias en el sueño entre sexos. La función ovárica se incrementa y se liberan cíclicamente a la sangre hormonas femeninas (estradiol y progesterona).
Una de las principales funciones de estas hormonas es regular el ciclo vigilia-sueño, a través de receptores situados en un área cerebral llamada hipotálamo, fundamental en esta regulación. Esto significa que existe una fuerte relación entre el ovario y el cerebro.
Durante la menstruación puede existir un exceso de sueño nocturno o una somnolencia diurna excesiva, la llamada “hipersomnia relacionada con la menstruación”. En los días previos a este periodo las mujeres pueden sufrir una constelación de síntomas (el síndrome premenstrual), entre los que se incluyen trastornos como dificultad para conciliar el sueño, fragmentación del mismo, descanso poco recuperador o pesadillas.
Sueño y embarazo
Las hormonas femeninas se incrementan exponencialmente en el embarazo, alterando la arquitectura del sueño al afectar a sus mecanismos básicos de regulación.
El primer trimestre de gestación se caracteriza por un aumento de la progesterona, que ocasiona una mayor fragmentación del sueño y un aumento en la somnolencia diurna. En los tres meses que vienen a continuación, los trastornos son menos frecuentes, aunque persiste la fragmentación. Y por fin, el último trimestre se caracteriza por un aumento de los despertares, que suelen atribuirse a cambios físicos como la dificultad para cambiar de posición, el reflujo gastroesofágico –producido por el aumento de tamaño del útero–, los movimientos fetales y los calambres.
Sueño y menopausia
La privación de hormonas sexuales, el mejor hipnótico natural conocido, provoca un incremento dramático del insomnio en este periodo de la vida de la mujer.
![](https://images.theconversation.com/files/647104/original/file-20250205-17-agcpx3.png?ixlib=rb-4.1.0&q=45&auto=format&w=754&fit=clip)
Además, las sofocaciones nocturnas, una de las manifestaciones de la menopausia, desencadenan múltiples despertares durante la noche y el consiguiente insomnio, agravando la situación. La “teoría dominó” apoya que los sofocos nocturnos llevan al insomnio, que a su vez provoca síntomas depresivos.
En esta fase de la existencia femenina, los trastornos de sueño (el citado insomnio, apnea del sueño, síndrome de piernas inquietas…) son muy frecuentes, presentándose en el 53 % de mujeres con menopausia. Además, el sueño de mala calidad se asocia a inflamación, problemas cardiovasculares y metabólicos y depresión.
En conclusión, la literatura científica confirma las diferencias del sueño en las mujeres. Experimentan una mayor prevalencia de trastornos con una sola excepción: la apnea obstructiva del sueño, que es más frecuente en hombres. Además, la población femenina tiene una peor percepción de la calidad del sueño y sus repercusiones.
No obstante, estas particularidades están poco estudiadas, y deberían tener un abordaje y tratamiento específicos tanto por la sociedad como por los diferentes especialistas de sueño.
Patricia Inés Ortega Gabás, licenciada en Medicina (CEU-Cardenal Herrera), ha colaborado en la elaboración de este artículo.
![The Conversation](https://counter.theconversation.com/content/248252/count.gif)
Juan José Ortega Albas no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.