¿Pueden crecer las montañas hasta alcanzar cualquier altura?

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RECEH BUKIT JAYA/Shutterstock

En la Tierra, las montañas crecen debido a las inmensas fuerzas laterales que se generan cuando colisionan las placas tectónicas. También, por la acumulación del material expulsado durante las erupciones volcánicas. Los geólogos saben que la erosión sólo contrarresta parcialmente ese crecimiento. Pero, si sólo es parcialmente, ¿podrían las montañas alcanzar cualquier altura? ¿Podrían formarse cordilleras estables con montañas de decenas de miles de metros?

La respuesta a estas preguntas es negativa, pero lo más interesante es conocer por qué.

Cómo crecen

Las placas tectónicas hacen de la corteza terrestre un puzle planetario móvil en el que las piezas se desplazan a velocidades de algunos centímetros por año.

Cuando en su lenta deriva las placas colisionan unas con otras, la corteza terrestre se pliega y engrosa en ese lugar. La principal consecuencia es la elevación de las grandes cordilleras de la Tierra, como los Andes, el Himalaya y los Alpes, que en este continúan creciendo.

La velocidad de crecimiento de las cordilleras es también del orden de unos pocos centímetros al año. Sin embargo, al prolongarse este crecimiento durante decenas de millones de años, el resultado es la formación de montañas de varios miles de metros de altura.

Las placas tectónicas en las que se divide la corteza terrestre. Las principales cadenas montañosas de las Tierra, como los Andes, las Rocosas, los Alpes o el Himalaya se localizan a lo largo de las zonas de contacto entre esas placas. Wikimedia commons, CC BY

El caso de los volcanes

No todas las montañas crecen del mismo modo. Los volcanes, a diferencia de otras montañas, crecen por la acumulación de coladas de lava y/o materiales piroclásticos como cenizas, lapilli y bombas volcánicas.

Esta acumulación no es continua. Tiene lugar en momentos geológicos concretos a través de erupciones que pueden ser de extremada violencia y que, poco a poco, los geólogos empiezan a poder predecir.

La repetición de estas erupciones a lo largo de miles o millones de años puede resultar en la formación de volcanes tan altos como el Kilimanjaro, el Etna o el Teide.

Dos ejemplos de los diferentes mecanismos de elevación de montañas. a) El Mount Head (Canadá) se ha formado por el plegamiento de rocas debido a las fuerzas laterales que se originan en las zonas de colisión de placas tectónicas. b) El volcán Krakatoa (Indonesia) es el resultado de la acumulación de material piroclástico y lava expulsados por su cráter.

Sea cual sea el mecanismo de crecimiento de las montañas, la incesante erosión las va desgastando. Sin embargo, en las regiones en las que se están elevando, la fuerza de la erosión no es suficiente para impedir que sigan creciendo.

Hay otra buena razón por la que las montañas no pueden alcanzar cualquier altura imaginable: su propia masa se lo impide.

Las montañas fluyeron delante del Señor

La sentencia “las montañas fluyeron delante del Señor”, atribuida a la profetisa Deborah, se encuentra en la Biblia y sirvió de inspiración al científico Markus Reiner para definir el llamado número de Deborah.

Una de las cosas que nos indica el número de Deborah es que, si pudiéramos observar con suficiente tiempo un material sólido, lo veríamos fluir bajo su propio peso, como lo hace un montón de hormigón antes de secarse, o el chocolate.

Chocolate fundido, un ejemplo de material que fluye debido a su peso. amakara/Shutterstock

En el caso de las montañas, su peso aumenta a medida que se elevan, lo que hace que sus raíces se hundan en el material plástico que forma el manto terrestre que hay debajo de ellas.

Además, por encima de cierta altura, el peso de las montañas es tan grande que la fuerza de la gravedad tiende a aplastarlas.

Entonces comienzan a fluir, especialmente por sus zonas internas, donde la roca está sometida a elevadas presiones y temperaturas y se comporta de manera plástica. Esto impide que crezcan indefinidamente.

Se trata de un fenómeno extremadamente lento, pero si pudiéramos observar las montañas durante millones de años, las veríamos fluir como chocolate delante de nosotros.

Hasta dónde pueden llegar

Es muy difícil establecer una altura máxima posible para las montañas de la Tierra. Sí podemos asegurar que pueden superar los 10 000 metros. Por ejemplo, el Mauna Kea, medido desde su base en el fondo del océano, llega a los 10 203 metros. Por otro lado, aunque es tentador, intentar dar una cifra absoluta de altura máxima podría llevarnos a caer en un error similar al que cometió Darwin cuando quiso estimar la edad de las rocas del sureste de Inglaterra.

La altura de las montañas no sólo depende de la gravedad, sino, entre otras cosas, también del material del que están formadas, de la velocidad de colisión de las placas, de la velocidad de emisión de piroclastos y lava de los volcanes, de la temperatura en la base de la corteza y de las tasas de erosión.

Un gigante en Marte

La montaña más alta del Sistema Solar es el Monte Olimpo de Marte. Se eleva 21 287m sobre el nivel medio de la superficie marciana, unas tres veces la altura del Everest.

La existencia de ese coloso se debe a varios factores. Hay que destacar que es un volcán y los volcanes crecen más rápido que otras montañas; que la erosión en Marte es menos intensa que en la Tierra (ya no hay casi agua en su superficie y la atmósfera es más débil que la de nuestro planeta); que la gravedad marciana es menor que la terrestre y, por lo tanto, tiene menos fuerza para aplastar las montañas marcianas, y que nuestro planeta vecino no tiene un manto plástico como el de la Tierra.

Por otro lado, se han detectado recientemente procesos activos en el interior del Planeta rojo que podrían estar elevando la región marciana de Tharsis. Parece que el Monte Olimpo todavía puede superar el récord de altura de las montañas conocidas.

El Monte Olimpo en Marte alcanza entre 22 y 23 kilómetros de altura sobre la llanura, lo que equivale a tres veces la altura del Monte Everest. ESA/DLR/FU Berlín/ Agradecimiento A. Valantinas, CC BY

Un mundo de montañas

Desde su origen hace unos 4 540 millones de años, en la Tierra se han estado formando continuamente montañas, pero también se han erosionado, hundido y desaparecido. Esa lenta pero incesante dinámica terrestre –que no compartimos con otros planetas como Marte, donde no hay tectónica de placas y los volcanes parecen inactivos desde hace mucho tiempo– ha tenido y tiene una enorme trascendencia para la conformación de nuestro mundo.

Es cierto que la mayor parte de la superficie terrestre está ocupada por el agua de los océanos, pero también lo es que las zonas emergidas se caracterizan por estar surcadas por innumerables cadenas de montes y montañas.

Las cordilleras y montañas de la Tierra albergan glaciares y determinan los cursos de agua sobre la superficie terrestre. Además, controlan la distribución de las lluvias y los vientos a escala regional y planetaria, como es el caso de los monzones.

Las barreras terrestres, la protección y los peligros que representan las cadenas montañosas, condicionan el aislamiento geográfico de las poblaciones, tanto animales como vegetales.

Hoy sabemos que todo esto es clave para la evolución en la Tierra. Y no sólo para la evolución de las especies, sino también para el desarrollo y evolución de las sociedades, culturas e idiomas humanos.

Si las montañas no crecieran y desaparecieran, el mundo sería muy diferente a como lo conocemos y, muy probablemente, tampoco nosotros estaríamos aquí.

Muchas veces se ha dicho poéticamente que somos polvo de estrellas, pero en cierto sentido también podemos decir que somos hijos de las montañas.

The Conversation

Carlos M. Pina no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.



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