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El problema de la ausencia de vivienda está de plena actualidad en muchas partes del mundo. En sitios como Manila y Pasái (Filipinas), este asunto es tan grave que ha hecho que los cementerios públicos se conviertan en hogares desde hace años.
Lisa Adkins, Melinda Cooper y Matijn Konings, de la Universidad de Sídney, afirman que “nunca el acceso a una casa fue tan difícil” en su último ensayo titulado Vivienda. La nueva división de clase (Lengua de Trapo, 2024).
Según estos profesores, la forma en la que la sociedad se vaya adaptando o resolviendo el problema de la vivienda determinará el conflicto de clase de las próximas décadas. Estas circunstancias tienen consecuencias directas sobre la formación de hogares. La falta de vivienda asequible hace que la gente joven retrase su independencia y, con ello, la tasa de natalidad disminuye.
¿Se imaginan que esto hubiera pasado en la prehistoria? A las adversidades naturales y climáticas, la exposición a patógenos de todo tipo y la falta de recursos tecnológicos, no se podía sumar la falta de vivienda.
Cambiar de casa con las estaciones
Muchos dirán que no se puede comparar porque la presión demográfica no es la misma. Sin embargo, a pesar de la “abundante oferta”, durante el Paleolítico la elección de vivienda era un proceso consciente y muy meditado.
No solo por los espacios, las vistas o la decoración que escogían, sino también por su proximidad a importantes recursos.
En un mundo sin fronteras, las poblaciones de cazadores y recolectores del Paleolítico elegían con cuidado sus asentamientos. Sabemos que empleaban hábitats estacionales. Es decir, algunos grupos cambiaban el lugar de su vivienda en función de la estación del año.
Esta movilidad se ha estudiado, por ejemplo, en la relación de ocupación entre la cueva de Ardales (Málaga), situada en el interior, y las cuevas del Cantal, en el litoral malagueño.

Esto les permitía contar con mejor clima, más horas de luz y recursos del litoral en los cortos inviernos.
La movilidad organizada según las estaciones les permitía exprimir recursos como la caza o el marisqueo. Y los vestigios de esos asentamientos y su concentración en determinadas regiones nos permiten hoy interpretar zonas de intercambio.
Hogares bien decorados
Estos desplazamientos también se han podido apreciar en el arte rupestre. Las decoraciones, pertenecientes a diferentes momentos o incluso épocas, convertían los espacios en lugares atractivos e integradores, lo que favorecía la cohesión social.
Los grandes conjuntos rupestres, como los de Lascaux, Niaux, cueva de Figuier y Rouffignac –en Francia– y los de Altamira, cuevas del monte Castillo y Ekain –en España–, demuestran ocupaciones a lo largo del tiempo. En algunos de estos enclaves, la ocupación fue de muy largo recorrido, como en la cueva del monte Castillo (Puente Viesgo, Cantabria), habitada desde el Paleolítico inferior hasta la Edad Media.

Por otro lado, las estaciones las podemos ver muy evidentemente representadas en Lascaux (Francia), donde las pinturas muestran una secuencia repetida formada por la consecución del caballo, el uro y el ciervo. Las investigaciones demostraron que los caballos poseían el pelaje de principios de primavera, mientras los uros poseían el pelaje del verano y los ciervos del otoño.
A menudo, las decoraciones prehistóricas de cuevas, abrigos o al aire libre ocupaban grandes paredes en espacios amplios donde poder reunir grandes grupos. Aunque también encontramos decoraciones en pequeñas covachas o estrechos pasadizos o, incluso, en los suelos.
En Italia, el abrigo de Dalmeri tiene un conjunto de 267 piedras calizas con dibujos de cabras, antropomorfos o zoomorfos en ocre rojo. Y parte de esas piedras formaban el diámetro en superficie de una cabaña semicircular que constituyó el refugio de Dalmeri.
Viviendas familiares
Aunque todos los lugares mencionados son aptos para la caza, además de por cazadores, eran frecuentados por comunidades familiares. Así lo demuestran los restos de niños en Riparo Dalmeri o las manos en negativo color rojo en la cueva del monte Castillo.

Pero, seguramente, los recursos que buscaban no solo pretendían satisfacer la necesidad de seguridad y abrigo, agua dulce, alimentación o piedras adecuadas para herramientas.
En ocasiones, estas mismas ocupaciones gozaban de impresionantes vistas y estaban próximas a aguas termales o medicinales. Así ocurre en el complejo de cuevas del monte Castillo, Covalanas (Ramales de la Victoria, Cantabria) o Ekain (Deva, País Vasco).
Las mejores localizaciones
En el valle del Dordoña (Francia), hoy Reserva Mundial de la Biosfera por la UNESCO, las zonas de ocupación prehistórica también gozaban de una gran riqueza paisajística.
El río Dordoña ofrecía (y ofrece) grandes playas de arena o guijarros, estanques y lagos. Por lo que, a la gran variedad de fauna y flora, se sumaban excepcionales oportunidades para nadar y pescar en agua dulce.
En su recorrido, encontramos enclaves de arte prehistórico tan reconocidos mundialmente como Lascaux o Cap Blanc.

De aquella época del Dordoña nos han llegado piezas que exigían un importante trabajo. Nos referimos a los relieves del Gran Abrigo de Laussel entre los que destaca la Venus de Laussel, que formaba parte de cinco bajorrelieves que representan a mujeres, una adolescente y dos personajes opuestos. Quizás tratando de inmortalizar su memoria.
En definitiva, las viviendas prehistóricas proporcionaban confort, seguridad y funcionalidad. No solo eran residencias plenamente adaptadas a su entorno, sino que, en muchas ocasiones, estaban además ricamente decoradas y se encontraban próximas a recursos imprescindibles, pero también recreativos.

Cristina de Juana Ortín no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.