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Jorge Mario Bergoglio, el papa número 266 de la Iglesia católica, será enterrado el sábado en una sepultura sencilla con la sola inscripción de su nombre en latín: Franciscus. Así lo dejó escrito en 2022 cuando sintió que su final se acercaba.
El lunes de Pascua, algo más de dos años después de lo que se ha considerado su testamento más personal, el camarlengo del Vaticano fue el encargado de anunciar su muerte. La destrucción del anillo papal y el sellado de las habitaciones del sumo pontífice son algunos de los ritos que ya se han ido sucediendo para certificar el final de un papado que comenzó hace 12 años y 39 días, cuando Benedicto XVI, rompiendo las reglas conocidas hasta el momento, abandonó en vida su condición de representante de Dios en la Tierra.
El tiempo permitirá analizar con más calma el alcance y significado de la obra que deja el papa Francisco. Un pontífice carismático que prescindió de los oropeles que tanto le gustaban a su predecesor, convencido de que la simplicidad en las formas ayudaba a configurar el verdadero atractivo del mensaje de la Iglesia en la que siempre creyó. Pero ¿de qué mensaje hablamos?
La respuesta exige analizar la vertiente del papa tanto en su dimensión de sumo pontífice como en la del jefe de Estado. Porque aunque el mensaje a transmitir sea uno, los instrumentos de comunicación admiten diferentes formatos dependiendo de los destinatarios.
Encíclicas de contenido social
Pues bien, quienes quieran analizar el mensaje del papa en calidad de sumo pontífice deben acudir principalmente a las encíclicas como fórmula de comunicación natural destinada a los obispos y a los fieles católicos. En este sentido, el papa Francisco deja su legado en cuatro: Lumen Fidei (2013), Laudato si’ (2025), Fratelli tutti (2020) y Dilexit nos (2024). De todas ellas fue, sin duda, la encíclica Laudato si’ la que sorprendió a propios y extraños al descubrir a un papa que propugnaba, sin complejos, una “ecología integral” capaz de incorporar las dimensiones humanas y sociales.
El propio papa Francisco ya advirtió que tomaba el testigo de sus predecesores Pablo VI (Octogesima Adveniens, 1971), Juan Pablo II (Redemptor Hominis, 1979) o Benedicto XVI (Caritas in Veritate, 2009), quienes ya habían prestado cierta atención a la cuestión. Pero ninguno de los papas citados lo hicieron con la rotundidad de Francisco.
Más allá de las encíclicas, también los papas recurren a los llamados motu proprio y aquí Francisco también deja un perfil muy marcado, aunque solo sea por la cantidad producida (47), frente a los 8 de Benedicto XVI. Uno de ellos tuvo como objetivo a las prelaturas personales, es decir, al Opus Dei.
Con todo, además del interés que necesariamente despierta la dimensión del papa como sumo pontífice, en él concurre también la condición de jefe de Estado obligado a relacionarse con el resto de Estados para la mejor defensa de sus intereses, pero también indudablemente como actor comprometido con los desafíos de la comunidad internacional, entre los que destaca la búsqueda de la paz o las migraciones.
Desde esta perspectiva, hablamos del papa como jefe de un microestado independiente desde 1929, con una extensión de apenas 44 hectáreas y una población de 673 ciudadanos de los cuales 458 viven intramuros, según datos estadísticos actualizados a fecha 2024.
El Vaticano, aunque sea el Estado más pequeño, es miembro de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual o de la Organización del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares y participa en calidad de observador permanente en la ONU, la FAO o la UNESCO, entre otras organizaciones de carácter multilateral.
La diplomacia de la esperanza
Pues bien, para descubrir el mensaje del papa sobre los grandes temas que ocupan (y preocupan) hoy a la humanidad, nada mejor que atender al discurso leído cada año ante los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. El último de ellos fue pronunciado el pasado 9 de enero y en él, a partir de las palabras del profeta Isaías, apelaba a una “diplomacia de la esperanza, de la que todos estamos llamados a hacernos heraldos, para que las densas nubes de la guerra puedan ser barridas por un renovado viento de paz”.
En dicho discurso se contempla con firmeza la posición a favor de la paz en las guerras de Ucrania y Gaza, una temática esta de la paz de atención recurrente también en los discursos de sus antecesores.
Resulta digno de mención el énfasis que el discurso de este año hace sobre el valor de la protección a las víctimas civiles en cualquier conflicto como elemento vertebral del derecho humanitario. De igual manera, destaca la imperiosa invitación a los Estados que todavía no lo han hecho a abolir de una vez por todas la pena de muerte.
Uno y otro postulado representan algunos de los fundamentos morales sobre los que se asienta el derecho internacional. Además de otras referencias explícitas que también se encuentran sobre cuestiones como la inteligencia artificial o la desinformación, el papa Francisco no ignoró en su último discurso ante el Cuerpo Diplomático las dificultades actuales de los organismos multilaterales para hacer cumplir su propósito antes los múltiples desafíos del siglo XXI, Y, en consecuencia, apeló a la necesidad de ser reformados, una verdad que adquiere (casi) valor de dogma, aunque el contexto político internacional no permita albergar demasiada esperanza sobre su pronta materialización práctica.

Mariola Urrea Corres no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.