Pepe Mujica, el símbolo en el que se reconoce Uruguay

Vea También

ymphotos/Shutterstock

En 2009, pocos uruguayos pensaban que Pepe Mujica, de 74 años entonces, exsenador y exministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, ganaría las elecciones internas para ser candidato del Frente Amplio (FA) para presidente de la República de Uruguay. Se alzó con la victoria frente a su colega de formación, Danilo Astori, también senador y exministro de Economía y Finanzas del mismo gobierno de Tabaré Vázquez.

En esos comicios muchos militantes del FA no creían que Pepe pudiera ganar. Y, además, pensaban que el viejo guerrillero no tenía el perfil que se requería para ocupar la máxima magistratura de su país. Lo consideraban poco apto para el puesto a raíz de su pasado guerrillero, su verbo enfático y su crítica constante al statu quo y la sociedad de consumo.

Hoy, un cuarto de siglo después, nadie pone en duda que la figura de José Alberto Pepe Mujica Cordano, hijo de una familia humilde de Montevideo, es un incono internacional de la izquierda y, sobre todo, de la coherencia y la honestidad política.

Así, contra todo pronóstico, un miembro de la guerrilla Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, que estuvo preso durante quince años, no solo pudo integrarse a la vida política civil a través de la formación Movimiento de Participación Popular (una de las organizaciones integrantes del FA), sino que consiguió llegar a lo más alto, políticamente hablando, de su país.

Unido en vida y lucha a Lucía Topolansky

Pero su trayectoria política no ha sido solitaria, sino que resulta indisociable de una densa red de militantes y de la figura de Lucía Topolansky, su compañera de lucha y de vida. También exguerrillera, Topolansky estuvo 12 años presa (al poco tiempo de iniciar su relación con Pepe) y luego se integraría a la política civil, llegando a ser senadora y vicepresidenta de la República en el período 2017-2020.

Una vez recobrada su libertad, Lucía y Pepe (que contrajeron matrimonio en 2005) vivieron en una chacra (granja) humilde. No tuvieron hijos porque, como expuso el “Pepe” en una entrevista, cuando podían planteárselo estuvieron privados de libertad y fueron torturados, y luego “la vida ya no estaba para estas cosas”.

En 2010, Mujica llegó a la presidencia como candidato del FA con el tándem conformado con su rival de primarias, Danilo Astori. Durante su presidencia no cambió el tono de su discurso ni su estilo de vida. No se mudó a la residencia presidencial ni utilizó coche oficial, sino que continuó viviendo en su humilde morada y conduciendo su Volkswagen “escarabajo” azul cielo, a la vez que destinó una sustanciosa parte de su sueldo a causas sociales.

Si bien muchos pensaron que la servidumbre del cargo pasaría factura a su figura, Mujica terminó el mandato con un 69 % de simpatía. Fue fruto, sobre todo, de un desempeño muy satisfactorio en la lucha contra la pobreza, resultado tanto de la bonanza económica del período como del incremento del salario mínimo, de las inversiones en la salud pública, las políticas de construcción de vivienda y de la descentralización de servicios.

A ello se le sumaron tres medidas emblemáticas de la izquierda postmaterialistas: la legalización de la interrupción del embarazo, el matrimonio igualitario y el consumo del cánnabis.

En su mandato, además, tuvo la sagacidad (o virtud) de ejercer un estilo monárquico, en el sentido de representar a toda la ciudadanía por encima de las batallas políticas del día a día y dejar a los ministros los dolores de cabeza de las decisiones gubernamentales.

En este sentido, cada miembro de su gabinete tenía la responsabilidad de ejecutar y comunicar las políticas de su cartera, mientras él elaboraba discursos en los que apelaba al humanismo. A resultas de ello, hubo quien amó su forma de proceder, mientras que otros le echaron en cara una cierta disociación entre su verbo y la acción de su ejecutivo.

Pero más allá de lo expuesto, sus admiradores fueron legión. No en balde, Eduardo Galeano –compatriota suyo– señaló que Mujica era el presidente “que más se parecía a lo que somos […], sencillo, en quien se reconoce la gente”. También dieron fe de ello las ovaciones que recibió tanto en la ceremonia de toma de posesión del cargo como, sobre todo, la de despedida del mismo.

Reconocimientos internacionales

Con estas claves, la dimensión de la figura de Mujica trascendió rápidamente a su país y concitó, a partes iguales, admiración y querencia internacional. Dan cuenta de ello que a finales de su mandato recibió múltiples reconocimientos (medallas de gobiernos y doctorados honoris causa de varias universidades) y que fue una de las personalidades progresistas más cotizada en el sistema de medios, con entrevistas en la BBC, RTVE o Canal 22.

Es más, Mujica se ha convertido en uno de los pocos políticos que en vida ya tiene tres películas sobre su figura: El Pepe, una vida suprema, de Emir Kusturika (2018); La noche de 12 años, de Álvaro Brechner (2018), y Los sueños de Pepe, movimiento 2052 (2024), de Pablo Trobo (2024).

Por todo ello, no es de extrañar que Pepe Mujica sea un referente que conecta las luchas de los jóvenes militantes de los sesenta con los anhelos de la juventud actual por un planeta mejor.

Actualmente vive apartado de la vida pública y política y padece un cáncer de páncreas del que ha decidido no tratarse.

The Conversation

Salvador Marti Puig es Catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Girona e investigador sénior asociado del CIDOB.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Artículo Anterior Artículo Siguiente

Anuncio publicitario

Reciba actualizaciones por Telegram

¡Únete a nuestro canal de WhatsApp para recibir actualizaciones!