¿Qué diría Diógenes del síndrome de Diógenes?

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Shutterstock Viacheslav Lopatin/Shutterstock «La escuela de Atenas», fresco de Rafael (S.XVI). Se observa en el centro a Platón (con ropa púrpura y roja) y a Aristóteles (con ropa ocre y azul). Diógenes (con túnica azul) yace tumbado en las escaleras ajeno al "ruido".

Diógenes (siglos V y IV a. e. c.) fue un filósofo nacido en Sinope (Turquía), pero no se presentaba como sinopense, sino como ciudadano del mundo (mejor dicho, del cosmos): un kosmopolitês (cosmopolita). Hacía gala de una orgullosa independencia apátrida, tal vez a causa de su exilio forzoso o por su posible condición transitoria de esclavo.

Aquí tenemos la primera pista para tratar de responder a la incógnita que plantea el título de este artículo: Diógenes no tenía casa, en el sentido habitual de la palabra… ni la necesitó nunca.

¿Cuál era la filosofía de este cosmopolita?

Diógenes pertenecía a una escuela de pensamiento postsocrático denominada cinismo, cuyo fundador (y también su maestro) fue Antístenes (aunque hay quien le concede la “paternidad” de esta escuela a Diógenes). En el quehacer del cinismo se incluía la abolición de la esclavitud y la igualdad de derechos entre hombres y mujeres (la cínica Hiparquia es una de las primeras filósofas de la historia).

El bestseller El mundo de Sofía expone de forma lacónica una de las bases del cinismo utilizando una anécdota de Sócrates: “se cuenta que una vez [Sócrates] se quedó parado delante de un puesto donde había un montón de artículos expuestos. Al final exclamó: «¡Cuántas cosas que no me hacen falta!»”.

Se conservan también multitud de anécdotas en los libros del doxógrafo Diógenes Laercio (su tocayo, la casualidad). Sobre Diógenes, “el cosmopolita”, escribe que entre sus escasas pertenencias tenía una colodra (cuenco) para beber agua, pero la desechó al observar a un muchacho beber agua con sus propias manos.

«Diógenes lanza el cuenco», óleo de finales del S. XVIII. El filósofo, a la derecha, señala con la mano al joven que está a su lado bebiendo del arroyo con sus propias manos. Nos muestra el ejemplo de una vida cínica. CC BY

En términos filosóficos, el cinismo:

  • Abandona el terreno metafísico del idealismo (magia, religión, etc.).

  • Critica la heteronomía de las leyes (nomos).

  • Asienta el pensamiento en la condición “materialista” del cuerpo (condición física, que puede tocarse, al contrario que las creencias metafísicas) y en la naturaleza (physis).

  • Busca una autoelaboración ascética y una abstención de lo superfluo.

En resumen, el cinismo persigue la virtud (areté) hallando en la autosuficiencia (autarquía) la clave de la felicidad (eudaimonia).

Descubrimos nuevas e importantes pistas: esta escuela de pensamiento rechaza acumular objetos innecesarios y critica con rotundidad cualquier comportamiento alejado de la physis. Resultaron ser muy estoicos en este cometido, especialmente Diógenes.

¿Por qué destacó Diógenes?

Su maestro denunciaba los vicios de la ciudad “ladrando” desde el Cinosargo (literalmente, perro blanco), el gimnasio del que surgió el término cínico. A pesar de esta circunstancia, fue Diógenes quien se quedó con el apodo “perro”, probablemente por sus “animaladas”.

Con descaro (αναίδεια) instauró la parresia (o parrhesía), una provocativa forma de hacer pública la degeneración y corrupción de las polis. La civilización complicaba satisfacer las necesidades primarias y convertía al ser humano en esclavo de nuevas necesidades completamente prescindibles (riqueza, reconocimiento…).

Un principio básico era demostrar que si un acto no es vergonzoso en privado, tampoco lo es en público (¿de qué sirve una filosofía que jamás ha inquietado a nadie?).

Decía Diógenes sobre sí mismo que era un can que halaga a quien da, ladra a quien no da y muerde a quien tiene maldad. “Bien, ése es un rasgo exquisito de la naturaleza del perro, el de ser verdaderamente amante del conocimiento, o sea, filósofo” (palabras de Platón en La República). Platón consideraba a Diógenes “un Sócrates loco”, quizá como una versión extrema de sabiduría y resistencia, o tal vez para degradarlo por rechazar el idealismo.

Su aparente insensatez era una transgresora máscara bajo la que se escondía un conocimiento certero de la naturaleza humana. En todas sus provocaciones subyacía un serio trasfondo ético: no deseaba nada, pues tal condición era reservada a los dioses (y a los animales). Huía de teorías y evidenciaba lo real abrazando una praxis radical. Dicho de otra manera, su forma de vida era el mensaje. Así que cave canem (“cuidado con el perro”).

Hallamos las últimas pistas: Diógenes no solo era un animal fiel que discriminaba muy bien entre amistades y personas extrañas (a las que debía ladrar), sino que sabía atenerse a unos principios virtuosos que evidenciaba mediante la praxis, en lugar de dar discursos.

¿Cómo surge el síndrome que lleva su nombre?

En febrero de 1975, hace 50 años, se publicó el estudio que acuñó el síndrome de Diógenes. Analizaron a 30 personas mayores gravemente enfermas, algunas de las cuales acumulaban basura en sus casas (refiriéndose a esto como silogomanía). En seis de estas casas estaba seriamente reducido el espacio habitable.

Al parecer, el “abandono extremo” (una apariencia personal de miseria de la que no mostraban vergüenza) fue la excusa para utilizar a Diógenes como epónimo, incluso sin conocerse cuál era la apariencia personal del filósofo. Posteriormente, el síndrome de Diógenes pasó a la cultura popular asociado más a la acumulación de objetos que a la imagen descuidada.

En aquel estudio se abandonaron de forma extrema las aportaciones históricas de Diógenes a la Filosofía. Se realizó un juicio somero y se ejecutó una sentencia exclusivamente superficial, basada en la miseria. La decisión, sobre todo, llevó a patentar una contradicción y desechó con cierta arrogancia el conocimiento existente: aquella etiqueta no estaba en ninguno de los manuales diagnósticos.

En la actualidad, aunque los manuales han evolucionado (y distan de ser perfectos), tampoco aparece. La Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) de la Organización Mundial de la Salud indica utilizar el trastorno por acumulación (6B24) si la persona encuentra dificultad en deshacerse de sus posesiones, independientemente de su valor (en inglés se utiliza el término hoarding).

En esta misma línea discurre el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) de la American Psichological Association. También incluye el trastorno de acumulación y añade el especificador de “adquisición excesiva” si la persona, además, adquiere cosas que no necesita. Ni aquí ni en la CIE-11 se hace referencia al aspecto físico.

¿Qué diría Diógenes sobre esta contradicción?

Ante tal situación paradójica, Diógenes rechazaría los alegatos inútiles que pretenden convencer con complejos sistemas de razonamiento y no desearía cambiar nada, pues desear nada es la verdadera condición de los dioses.

También se negaría a tomarse en serio cualquier debate que lo alejase de la physis. Transmutaría los valores, eliminando la dimensión teórica y privilegiando al máximo el componente práctico.

Como su vida ascética estaría fundamentada en las acciones que tienen como fin satisfacer las necesidades básicas, solo acumularía sabiduría para abrazar la virtud.

Por tanto, ladraría con fino humor: «Hay quien se afana en usar la ironía para hacer respetar mi legado filosófico mientras se olvida de respetar su propio placer». Touché.

The Conversation

Jorge Romero-Castillo no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.



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